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AsociaciÓn de
la prensa de Oviedo

Discurso de Juan de Lillo en el acto de recuerdo a Francisco Arias de Velasco

Juan de Lillo (derecha), durante su intervención

Juan de Lillo (derecha), durante su intervención

PACO ARIAS DE VELASCO

Aunque no son las circunstancias ni el caso, voy imitar a los entrevistados sabihondos y suficientes que responden al entrevistador eso de: me alegro de que me haya hecho usted esa pregunta Así que yo también me alegro de que la Junta Directiva de la Asociación de la Prensa me haya hecho el encargo de hablar de Francisco Arias de Velasco, porque, como decía el título de una de las secciones más leídas de la desaparecida revista Selecciones del Reader Digest, es mi personaje inolvidable, cuya figura ha sido injustamente preterida, siendo como fue una de las personalidades más relevantes del periodismo asturiano en unos tiempos nada fáciles, especialmente para los periodistas cuyo medio natural es la libertad que, con la permanente búsqueda de la verdad, forman los pilares sobre los que, por definición, debe asentarse nuestro compromiso con la sociedad. Y creo que ésta será la primera vez desde el 12 de abril de 1986, fecha en la que falleció, que alguien va a hablar en público de Paco Arias de Velasco con el tiempo suficiente, y no en una cita volandera de prensa, para ofrecer una aproximación, solamente una aproximación, a la figura de quien fundó dos semanarios, El Lunes y Carbón; un diario líder, La Nueva España, y una emisora, Radio Oviedo, que en sus mejores tiempos ocupó un lugar privilegiado en la radiofonía regional. Por todo ello, está en la más elemental y rigurosa lógica que debiera ocupar un lugar en la historia de la ciudad y de la región, aunque hasta ahora los políticos y la sociedad ovetense se lo han negado, aunque creo intuir por qué y puede que logre darles algunas de las claves.

Después de su cese en la dirección de La Nueva España, en septiembre de 1964, solía ir a su casa de la calle Campomanes a tomar  café y conversar con él antes de ir al periódico. Hablábamos de lo divino y lo humano, como siempre, aunque no logramos arreglar, como se ve, ni la ciudad, ni Asturias ni el país ni el mundo. Y en algunas ocasiones, dejaba el coche frente al portal, él bajaba con dificultad las escaleras y recorríamos las zonas nuevas o en construcción, porque no quería perder los cambios que se iban produciendo en la ciudad.  Después de su muerte, un día me llamó Maruja, su viuda, para invitarme a tomar un café como solía hacer, y antes de irme me entregó una pequeña carpeta de cartón, de esas de pastas rojas y dos gomas de cierre, y me dijo que Paco le había dicho en muchas ocasiones que cuando él faltara quería que yo conservara los documentos que contenía. A ella se le humedecieron los ojos y yo me emocioné, porque me pareció un rasgo de confianza que yo distaba de merecer. Tomé la carpeta y aquella misma noche repasé  uno a uno los documentos de aquel legado. Y comprobé que allí estaba una parte importante de su vida profesional, resumida en muy pocos papeles, todos en perfecto estado de conservación, aunque algunos con el leve velo de pátina que iba dejando en ellos el paso del tiempo.

AQUELLA TARDE EN LA NUEVA ESPAÑA

Ví por primera vez a Paco una tarde gris de los primeros días de febrero de 1962. Entramos Graciano y yo en la Redacción para hablar con Juan Luis Cabal,  recomendados, porque queríamos ser periodistas. Nos habían dicho todos a los que preguntamos, que entrar en La Nueva España no es que fuera difícil, sino empresa imposible. Pero el no ya lo teníamos y forzamos la situación para ver qué lográbamos, porque si conseguíamos algo, habíamos dado un gran paso frente a aquel muro imposible del que nos hablaban.

Y mientras conversábamos con Juan Luis cruzó la Redacción Paco, y Cabal le dijo: Mira, estos chavales quieren ser periodistas. El director se detuvo y nos miró detenidamente a través de sus gafas cabalgadas sobre su gruesa nariz y apenas prendidas de sus grandes orejas, y le respondió: pues que se  preparen y estudien, porque va a hacer falta gente en la casa. Y siguió su camino con una caja de puros en las manos en la que guardaba, lo supimos después,  algunas de las viñeras de las páginas de la edición dominical. Me llamó la atención su figura menuda, en mangas de camisa y tirantes, ligeramente encorvado desde la cintura, de modo que daba la impresión de que estaba articulado y que eran los tirantes los que sostenían la mitad inferior de su cuerpo. Tenía una voz fuerte y con el tiempo conocimos su verdadera potencia cuando se alteraba, que solía ocurrir cuando alguien intentaba mediatizar, influir o publicar una información inexacta o incierta mediante presión o influencia.

Aquel día Graciano y yo pusimos medio pie en el periódico, porque nos permitieron escribir desde el concejo de Aller, que era un primer paso. De colocar los dos pies se encargaron las circunstancias que nos fueran favorables, porque justo en aquellos momentos empezaba a producirse el cambio generacional en la Redacción y nosotros tuvimos la gran suerte de estar en el lugar exacto en el momento justo, y nunca mejor dicho.

Solamente convivimos dos años con Paco, pero fueron suficientes porque, a pesar de que ya tenía sesenta y nueve, lo conocimos en plenitud de su ejercicio como director y con sus principios como periodista intactos, aquellos que habían hecho posible que el periódico, como decíamos siempre, a pesar del yugo y las flechas en su cabecera y en una región que dicen de izquierdas, se erigiera en líder de la prensa regional, frente a tres diarios de empresas privadas y con la teórica limitación de su dependencia política. Pero eso fue posible, tal vez junto con otras causas propias de un estudio sociológico en toda regla, porque Paco le transmitió los principios básicos de su ideario como periodista: la independencia, el empeño de la libertad y la búsqueda de verdad, unidos a la austeridad franciscana como práctica personal, de la que se derivó su forma de entender el periodismo, en el que no fue pequeña la contribución de su generosidad.

ABOGADO, REPRESENTANTE Y PERIODISTA

Paco había nacido en Oviedo el día de Navidad de 1893 en el seno de una familia carlista, en la que destacó por su dimensión jurídica Jesús Arias de Velasco que sustituyó a Clarin en las clases de Derecho Natural y que más tarde obtuvo por oposición la cátedra de Derecho Administrativo; fue vicerrector y rector de la Universidad ovetense, cargo que abandonó cuando el general Primo de Rivera tomó el poder, en 1923. El socialista Fernando de los Ríos lo llevó al Tribunal Supremo para presidir su Sala quinta. En 1936 lo asesinaron unos milicianos, no sin antes haber dado muerte a sus hijos en su presencia.  Don Sancho, padre de Paco Arias de Velasco, ocupó el cargo de magistrado en la ciudad y fue figura querida y respetada.

Paco estudió Derecho y se inscribió en el Colegio  de Oviedo para ejercer como abogado en su ciudad natal. Y en una hoja de papel de barba fechada el 1 de julio de 1941, él mismo resumió bajo juramento su biografía, sin duda para cumplimentar alguna formalidad burocrática. En esas apretadas treinta y cinco líneas mecanografiadas, dice que cuando se inició la guerra civil se dedicaba al negocio de representaciones comerciales y era copropietario y director de El Lunes, un semanario deportivo, que desapareció cuando él y los redactores fueron movilizados.

La de Paco había sido una vocación de juventud que comenzó a adquirir consistencia profesional en 1923, año en el que La Voz de Asturias salió por primera vez a la calle el día diez de abril. Él fue uno de los redactores fundadores y permaneció en su plantilla durante varios años, hasta que ingresó en El Carbayón, periódico ya veterano, donde estuvo solamente unos meses porque se incorporó a Región como redactor-Jefe, diario que también había aparecido aquel mismo año 1923. Pero era un auténtico culo inquieto y pasado algún tiempo regresó a La Voz de Asturias a cuya Redacción perteneció hasta 1935.

Paco participó activamente en el nacimiento del Real Oviedo de la fusión del Stadium y el Deportivo, los dos clubs rivales de la ciudad que unieron sus fuerzas porque tenía poco sentido la división dentro de la ciudad, y, sobre todo porque tenían como gran adversario común al Sporting, equipo casi invicto durante los primeros años de existencia de la liga regional. Efectivamente, el 26 de marzo de 1926 se celebró en la redacción de La Voz de Asturias la reunión fundacional a la que asistieron los comisionados de una parte y otra, que previamente habían establecido las condiciones de la fusión, denominación del nuevo Club y los colores de su uniforme. Finalmente firmaron el acta constitucional y una vez elaborados los estatutos fue designada la nueva junta directiva, presidida por Carlos Tartiere, en la que Paco Arias fue vicesecretario y en la que figuraron como directivos personalidades relevantes de la vida de la ciudad, como Pedro Miñor, Antonio Moreno Luque,  Luis Botas Rodríguez, José Álvarez-Buylla, Francisco Bruck, Calixto Marqués, Benito Álvarez-Buylla, Evaristo Menéndez, etc.

VOLUNTARIO EN LA DEFENSA DE OVIEDO

Y FUNDADOR DE LA NUEVA ESPAÑA

A partir de 1935 en que abandonó La Voz de Asturias, compatibilizó su actividad comercial con el ejercicio del periodismo en El Lunes, el semanario deportivo fundado por él y desde el que, como él mismo escribió en su breve biografía, realizó activas campañas contra el Frente Popular. Aquel año previo al estallido de la guerra y posterior a la Revolución de 1934, fue un tiempo comprometido políticamente en el que los españoles empezaron a tomar partido por cada una de las dos Españas en las que nuestro país había empezado trágicamente a dividirse, cada una para defenderse de la otra,  y que habrían de romper el corazón de todos, en verso de Antonio Machado, durante demasiado tiempo.

En abril de 1936 se afilió a Falange y el 18 de julio se presentó voluntario para la defensa de la ciudad. Se incorporó a la 42 compañía de Asalto en la que alcanzó el grado de sargento e intervino en los combates que se libraron durante al cerco a la ciudad. Por su participación en la primera línea del frente le concedieron la medalla militar individual, la laureada colectiva de San Fernando, la medalla militar colectiva, la medalla de Oviedo, una medalla de campaña, dos rojas y dos de guerra, según figura en su breve biografía mecanografiada, condecoraciones que reconocen su arrojo como soldado que no rehuyó el peligro de las trincheras como después no rehuyó ninguno de los riesgos, que fueron muchos, que se le presentaron en su ejercicio como director de La Nueva España, que había comenzado a publicarse el quince de diciembre de 1936, en pleno cerco de la ciudad, con el fin de mantener elevada la moral de los sitiados. Y alternó durante ese tiempo la trinchera con las tareas en el periódico, complicadas y arriesgadas por la situación que vivía la ciudad.

Sin embargo, Paco no fue oficialmente director del periódico, curiosamente, hasta algunos años después. Exactamente en el mes de septiembre de 1942 en que el delegado nacional de Prensa le remitió un oficio en el que le anunciaba el envío de la acreditación, que le llegó quince días más tarde en una hoja de papel de barba escrita a máquina con membrete de la Delegación Nacional. El documento dice que Acreditada su facultad y comprobados sus servicios por la causa de España, se le extiende este título de director del diario La Nueva España, aunque con la condición añadida de que siempre que continúe al servicio de nuestra Patria. Hasta ese momento ejercía como jefe de los Servicios de Prensa, cargo que debía llevar aparejado el de director del periódico. Pero una vez normalizadas las cosas, en la empresa procedieron a normalizar su situación profesional.

Hubo, sin embargo, un proyecto que no llegó a cuajar y del que nunca se habló en el periódico ni en ningún otro lugar, que yo sepa, ni en los ámbitos del partido único ni en los medios de la izquierda. Ese proyecto figura en un oficio fechado el 16 de abril de 1937 en Grado, donde estaba el cuartel general de Aranda. Lo firmaba el delegado del Estado de Prensa y Propaganda en Asturias, de nombre ilegible, y  figura entre los documentos que me entregó la viuda de Paco. El texto dice: Tengo el honor de poner en su conocimiento que el diario de Falange Española titulado “La Nueva España”, se denominará  en lo sucesivo “AVANCE”, en cumplimiento de órdenes de la Jefatura Nacional de Prensa y Propaganda de la Falange. Pienso que aquella sorprendente propuesta debió producir una más que notable confusión entre Paco y el resto de su gente, y creo que debieron ser ellos mismos los que disuadieron a la jefatura del cambio de nombre, que nunca llegó a figurar en la cabecera. El equipo de redacción y de los talleres procedía de los diarios locales, cerrados durante el asedio, incluso del socialista, titular de la verdadera cabecera de Avance, a varios de los cuales protegió y mantuvo escondidos en la propia Redacción o acreditados como gente de la situación con documentos avalados con su firma.

PRIMER COMBATE DE GUERRA RADIADO

Paco Arias fue un hombre muy inquieto y un periodista muy creativo, que  fundó, como ya señalé, además de El Lunes y La Nueva España, Carbón cuya vida se prolongó, cada lunes, desde mayo de 1938 hasta 1950 en que la Asociación de la Prensa ovetense impuso su derecho e inició la publicación de Hoja del Lunes, desaparecida en los primeros años noventa del siglo pasado, cuando La Nueva España decidió salir a la calle los lunes. Y también, durante el cerco de Oviedo echó a andar la emisora de radio “F.E.T. – 22, que ya concluida la guerra pasó a llamarse Radio Oviedo y más tarde La Voz del Principado de Asturias. Finalmente, ya en la etapa democrática, se integró en Radio Nacional.

Durante aquellos primeros días de la emisora se produjo un curioso hecho, tenido por algunos como caso insólito, y seguramente con fundamento. Yo se lo oí contar al propio Paco Arias. Cuando el cuartel general de Aranda pasó a establecerse en Grado, una vez abierto el pasillo hacía el occidente, el general llamó a través de la emisora para interesarse por asuntos como la marcha del periódico y por el estado de la población civil. Entre Aranda y Paco Arias se estableció una conversación aceptablemente fluida para los tiempos, y cuando le preguntó por la moral de la gente y la situación del frente, Paco le dijo:

– Espere un momento que ahora va oír usted cómo andan las cosas, y le sacó el micrófono por la ventana para que pudiera escuchar los bombardeos y tiros de la fusilería de los contendientes.

¿Lo oye bien, mi general?

– Si, con toda claridad.

Pues así están las cosas, le dijo finalmente Paco.

Y dicen que fue el primer combate de guerra que se transmitió a través de las ondas. Al menos en la redacción de La Nueva España siempre se tuvo como un hecho sin precedentes.

Menos épico fue el hecho ocurrido en los primeros tiempos tras la conclusión de la guerra, cuando a través de la emisora comenzaron a ofrecer programas con las tradiciones y costumbres de la región como argumento. Eran actuaciones en directo, porque todavía no habían llegado los magnetófonos. Y un día decidieron que acudieran un gaitero y un tamborilero para ofrecer una sesión. Pero en el ensayo, pronto descubrieron que el tambor perturbaba con sus sonoros redobles los melancólicos quejidos de la gaita y en un aparte con los encargados del programa, Paco decidió que actuara solamente el Gaitero. Tomó al tamborilero del brazo, lo metió en un segundo estudio y lo animó a que explayara allí sus repiques de virtuoso. Todo fue normal: el gaitero dio su concierto tras el cual, ya fuera del micrófono, continuó la charla sobre las bondades y dificultades de la gaita, etc., etc. Y al cabo de un buen rato Paco se acordó de que tenía al tamborilero concentrado en la soledad del otro estudio y corrió en su auxilio. Contaba el propio Paco que cuando llegó, aquel hombre estaba sudoroso y a punto de derrumbarse, pero se mantenía en pie con gran pundonor, porque estaba convencido de que estaba dando a través de la radio el concierto de su vida.

Se decía en la Redacción que cuando Paco dirigía la emisora y el periódico pasaba el día escaleras arriba y escaleras abajo con un destornillador y una llave inglesa en los bolsillos. Y si era preciso, porque faltaba algún locutor, se colocaba ante el micrófono para leer la guía comercial. Aunque su falta de hábito le hizo cometer algún lapsus linguae,  como cuando en vez de leer Óptica Dubosc, gafas y discos, leyó: Óptica Dubosc, dascas y guifos. El periodismo fue su vocación y la radio su debilidad, aunque, como se ve, con una evidente deficiencia para la locución.

NADA PARECIDO CON LA REALIDAD

La Nueva España desde los primeros tiempos de la posguerra se situó a la cabeza de la prensa regional gracias al esfuerzo, visión y capacidad profesional de Paco Arias y de quienes trabajaron a su lado, tanto en la redacción como en los talleres. Pero no ocurrió así en la administración con la que mantuvo entonces un pulso permanente e irreconciliable. Por eso parece un milagro el éxito creciente del periódico, a juzgar por los documentos de Arias de Velasco que ponen en evidencia que fue a los hombres de la redacción y de los talleres y no a las insuficientes máquinas ni, al parecer, a la administración, a los que se debió principalmente el éxito del periódico.

Algunas pruebas, hubo otras anteriores y posteriores, están en las respuestas a las cartas que le llegaban de la Dirección de Publicaciones de Prensa del Movimiento. De febrero de 1953 data una firmada por F. Guillén Salaya en la que le decía textualmente: me es grato felicitar a esa publicación por los resultados conseguidos en el ejercicio pasado que le han llevado a lograr las cifras previstas por nuestro estudio económico, e incluso superarlas, siendo motivo de satisfacción para esta gerencia poder contar con personal tan eficiente.

Y, como las cosas iban bien, le dice a renglón seguido: hemos llegado a la conclusión de que la meta que debe servir a ese periódico para el presente ejercicio debe ser de millón y medio de pesetas de beneficio, que esperamos se logre de la misma forma que en el anterior. El periódico alcanzó al año siguiente aquellos resultados propuestos, y en la gerencia de Madrid los calificaron nuevamente de excelentes y el firmante de la carta, Juan José Pradera, le decía que me es grato transmitirte esta felicitación, que deseo hagas extensiva a todo el personal que trabaja a tus órdenes.

Las felicitaciones siguieron con elogios para la eficacia de la línea observada hace muchos años. La Nueva España, decía, es un periódico regional completísimo. Admirable su continuidad en las distintas secciones que trata. Y a continuación, la de cal, lamentaba el retraso en la salida, fechas que suelen coincidir con los días que lleva mayor número de páginas, etc., etc. Y concluía diciendo que convenía atajar aquellas anomalías cuanto antes.

Y ese fue el momento en que Paco aprovechó para enviar un informe sorprendente, en abierta contradicción con los elogios y la aparente buena marcha de todo, según la satisfacción y complacencia de Madrid. En su respuesta Arias de Velasco hace una introducción dura en la que pide al gerente nacional, Guillén Salaya, que lo lea con calma  y tenga en cuenta los males que en ella se apuntan para tomar urgente remedio y, dice, con el pensamiento puesto en la obra de diecisiete años y en todo el esfuerzo y los muchos sinsabores que llevo conmigo. Y, añade que no le empujaba interés personal alguno sino, exclusivamente, el periódico, porque me duele el daño y veo el peligro que encierra para La Nueva España. El peligro al que se refería era una carencia o precariedad de medios técnicos y humanos inaceptable, grave situación de la que culpaba a la Administración del periódico, y concretamente, al administrador que practicaba la usura y la tacañería enfermiza, porque cada peseta que ahorraba suponía la pérdida de cinco, y por la falta de medios, la mala organización del trabajo y, en consecuencia, la salida tardía del periódico. Y ponía especial énfasis en que había que acabar con la cicatería sañuda de la Administración, más por molestar, decía, que con espíritu de servir al periódico.

Como muestra de esa situación que vivía La Nueva España, de la que siempre se dijo que su posición en el mercado asturiano se debía al apoyo constante del Estado y de las instancias de Madrid, voy a transcribir un párrafo que contradice aquella falacia y tal vez deje perplejo a quien lo oiga:

Por lo que se refiere a la Redacción, escribía, la cosa alcanza extremos ciertamente indignantes. Ni de sillas disponemos y en cuanto se juntan más de cuatro periodistas hay que guardar riguroso turno. Se envía a la Administración un vale para un frasco de tinta, se queda con el vale y manda a un empleado para llenar los tinteros y volver a llevárselo. Igual ocurre con las cintas de máquina y teletipos. Muchas noches tenemos que quitárselas a aquellas para ponérsela a éstos. Pero la cosa aún adquiere tonos más sangrantes cuando Paco en su informe dice que sólo hay tres máquinas de escribir: una Underwood con cuarenta años de servicio, que yo aún llegué a conocer en la Redacción, y dos Torpedo, con diez y siete años, respectivamente. Y, como caso paradójico señalaba que los arreglos son más costosos de lo que valen las propias máquinas. En estas condiciones y con esos medios de trabajo, que persistieron durante años, que La Nueva España fuera líder en la región parece verdaderamente cosa de taumaturgos. Pero, el esfuerzo de la Redacción y de los talleres, y la permanente ofensiva de Paco sobre Madrid consiguieron, finalmente, dar moderadamente la vuelta a la situación y las cosas mejoraron un poco.

INDEPENDIENTE, AUSTERO Y LIBRE

Paco era un hombre rebelde y, como se ve por lo que dicen los informes, no callaba lo que necesitaba decir ni dejaba de criticar a quien debía. Pero lo hacía para mejorar el periódico, y queda claro que vivía con la cuerda al cuello echada desde dentro, y en ningún momento protestó, ni entonces ni después, para conseguir beneficios personales. Porque era hombre de vida austera y como ejemplo baste decir que siendo el director de La Nueva España, cualquier concesionario le hubiera ofrecido en muy cómodos plazos un utilitario, Renault 4-4 o Seat-600, lo que había entonces, pero se decidió por una modesta moto Lambretta que, naturalmente, abonó en plazos cuyo pago concluyó en septiembre de 1961, fecha en que la empresa le extendió un certificado por haber adquirido ya la plena y definitiva propiedad. Su itinerario era siempre el mismo: a las tres de la madrugada, o más tarde, de la calle Asturias, 9,  a la calle Campomanes, 25, y a las cinco de la tarde el camino inverso.

Era un hombre del régimen aunque muy atípico, moderadamente decepcionado y enormemente crítico, que se mostró siempre rebelde y riguroso. Y como periodista y director del periódico destacaban dos condiciones básicas que en aquellos tiempos podían parecer de ejercicio imposible: un gran empeño para mantener su independencia y el intento permanente de llegar a la verdad en la información a través de la libertad, aquella que podía ganar cada jornada al difícil corsé de la dictadura. Y fue así, porque antes que cualquier otra cosa se sentía periodista y quiso ejercer el periodismo con riesgo, y es cierto que corrió muchos, hasta que a fuerza de ir el cántaro a la fuente se le acabó rompiendo.

Para mantener su independencia renunció a la vida social activa, de la que había participado antes de la contienda civil. Renunció a su tertulia del Peñalba y a cualquier otro cenáculo, porque no quiso sentirse en modo alguno mediatizado por la influencia y presiones de los contertulios, parientes o amigos de los contertulios ni por el espíritu envolvente del Oviedín del alma, del que no participaba aunque siempre se mostró como ovetense en ejercicio. Y se encerró en la Redacción, porque conocía muy bien a la sociedad ovetense y sabía hasta qué punto le hubiera llegado el acoso. Y se resistió a todos los intentos de intromisión de los órganos del Movimiento en Asturias en la opinión o información del periódico. En este sentido, el vicesecretario de secciones del Movimiento, Juan José Pradera, le envió una carta en junio de 1956, que no eran tiempos ciertamente de apertura, en la que le dice que la Comisión Política permanente del Consejo Provincial del Movimiento de Asturias acordó someter a la superioridad la conveniencia de crear una comisión política de redacción que marque al periódico la dirección que debe seguir para mayor eficacia política. No lo consiguieron, ni los miembros del Consejo Provincial de entonces ni los sucesivos. Nunca dejó, ¡qué más quisieran!, repetía enérgico por la Redacción, que nadie influyera ni presionara en la información ni en la opinión del periódico. Y  cuando llegamos Graciano, Evaristo, Rubén, Carcedo, Vélez y yo al periódico, todavía se repetía la frase acuñada por él: eso, a la papelera con mucho cuidado cuando llegada una carta o consigna del Consejo Provincial. Y, curiosamente, él fue el periodista que recibió el primer Premio Balmes en 1956, recién creado, dotado con cincuenta mil pesetas, por tu destacada trayectoria y, en especial, en La Nueva España, decía el oficio en el que se lo comunicaron.

EN EL CAMINO DE LA LIBERTAD Y DE LA VERDAD

Pero hubo, sobre todo, dos momentos reveladores que voy a citar porque fui protagonista y testigo, en los que Paco Arias de Velasco se mostró como periodista y director de cuerpo entero, rebelde, amante de la verdad y del ejerció de la libertad, y que arriesgó al traspasar con creces los límites que permitían las circunstancias y que nadie aquí se había atrevido a rebasar. Y tanto arriesgó que, como llovía sobre muy mojado, le costaron la dirección del periódico.

Ocurrió que en la comisaría de la Policía Municipal de Gijón solían maltratar a no pocos ciudadanos. Era una práctica habitual y un día se llevaron de mala manera a un ciudadano llamado Tessier, al que acusaron de saltarse un semáforo. Dentro ya del recinto policial le dieron una paliza que lo llevó al sanatorio. Estaba recién operado del riñón y esa circunstancia agravó su estado de salud. Nos enteramos y fuimos Vélez y yo al sanatorio del Carmen. Estaba tirado en la cama y con cierta dificultad nos contó su calvario, que publicamos con varias fotos en las que aparecía con su cara tumefacta y el cuerpo cruzado de heridas de los golpes, que incluso recibió a la entrada de un policía que pintaba el local y le sacudió con la brocha. Cuando el relato y las fotos salieron en el periódico, con llamada en primera página, se armó un lío descomunal porque nunca un periódico, al menos en Asturias, se había hecho eco de un acontecimiento tan brutal, ocurrido en un recinto en el que, teóricamente, debía velarse por la seguridad de los ciudadanos. De nuestro viaje habíamos avisado a Cepeda, redactor-jefe, y Paco se enteró cuando Vélez había revelado las fotos y yo escrito el texto. Naturalmente vio nuestro trabajo y dijo que  había que publicarlo,  porque aquel era un acto de brutalidad humillante e intolerable y la opinión pública debía conocerlo.

La situación de Paco ya era ya precaria en aquellos días de octubre de 1963, porque el acoso para su derribo era incesante e implacable, pero nadie se atrevía a tomar la decisión final. Aquella misma mañana de la publicación el Gobierno Civil nos convocó para tomarnos declaración en un expediente abierto sobre el caso. Yo fui a ver a Paco para decirle que en la declaración dijera que nosotros éramos los responsables que  habíamos publicado el reportaje sin su conocimiento. Fue un intento vano y una ingenuidad, porque me dijo: No, nin, no. El director del periódico soy yo, y yo soy el responsable de lo que se publica. Tú vete y declara que yo  os envié a Vélez y a ti Gijón.

Efectivamente, él declaró y yo declaré y allá quedaron nuestras declaraciones. Pero Paco envió un informe a Madrid en el que no hay una sola línea de desperdicio, en el que queda reflejada su personalidad indómita, su defensa del periódico y de su línea, y de su búsqueda de la verdad en la información, ocurriera lo que ocurriera. Y ocurrió.

Voy a limitarme e reproducir algunos de los párrafos de aquel informe que corroboran cuanto he dicho sobre nuestro hombre:

Dice: Conocida es la atmósfera imperante en Asturias a causa de la mano ligera con que proceden algunos de los encargados de mantener un orden que nadie ha tratado de alterar. Esta atmósfera estaba especialmente cargada en Gijón, donde unos agentes urbanos, mandados por un sargento retirado del Ejército en el que actuó después de la liberación de Gijón, cometían incorrecciones a granel y daban frecuentes palizas a los detenidos por cualquier infracción municipal y a poco que el interesado protestara contra su detención. No fue suficiente que la Audiencia de Oviedo condenase a varios agentes por malos tratos y que el Supremo confirmase este verano pasado la sentencia. Diríase que la condena exacerbó los ánimos. Las bofetadas, los puñetazos y patadas continuaban dentro del recinto y de ellas fueron víctimas personas de todas las clases sociales, desde médicos y un sacerdote, abofeteado en plena calle, hasta el más humilde. En varias ocasiones quisimos llamar la atención, pero no pudimos hacerlo por falta de pruebas. Los ofendidos de cierta categoría no querían ser piedra de escándalo y que sus nombres figurasen en los periódicos, y los humildes tenían miedo a desatar más las iras y pagar sus denuncias en la primera oportunidad de detención. Y en esto estábamos cuando surgió el caso Tessier. La noticia de lo corrido fue la comidilla de Gijón, pues el herido era conocido y gozaba de muchas amistades.

Cuenta que nos envió a Vélez y a mí, y describe minuciosamente lo que ya relaté sobre el caso. Pero en su escrito Paco se refería también a que en la investigación del expediente abierto el Gobierno Civil intentaba averiguar, cito una vez más textualmente, si Tessier mediante pago había pedido la publicación del reportaje en cuestión. Una aclaración completamente inútil, pues los veintidós años que llevo en la dirección de La Nueva España, y mi ya larga vida de periodismo, acreditaban de sobra la pureza de conducta reflejada en la línea mantenida por el periódico desde su fundación.

Y decía en otro párrafo posterior, que rebela, insisto, el talante del personaje y su actuación como periodista y como director del diario que él mismo había fundado: La actualidad ha enfrentado a La Nueva España con este dilema: o entrar dentro del círculo de la impopularidad en que se debaten organismos y determinadas personalidades regidoras de los destinos astures, con ánimo de envolverlo todo en el silencio cuando no en los elogios inmerecidos, o salirse fuera de él manteniendo la línea de conducta que desde su fundación ha sostenido sin desviaciones. Lo primero sería, indudablemente lo más cómodo, pues todo se reduciría a bailar al son que tocan; lo segundo es marchar por un camino lleno de dificultades y disgustos, pero el único para mantener la línea de conducta que el periódico ha conseguido desde su fundación y que le ha valido el prestigio del que goza en la actualidad en esa marcha ascendente que asombra a unos y otros. Mientras en las alturas se habla de libertad de movimientos, de necesidad de crítica y de máxima responsabilidad de los directores, aquí en Asturias no es posible abrir la boca sin que al momento el más insignificante personajillo se levante airado y asombrado de que se enjuicie su labor, motejando a sus contradictores de enemigos del régimen. No hay modo de convencerlos de que no pueden seguir en la impunidad y que la misión de un periódico es, precisamente, esa: la de fiscalizar la acción de quienes tienen en sus manos la gestión pública.

Esta es la línea de aquel alegato y como muestra me parece suficiente, aunque también pienso que es una auténtica lección de periodismo que no ha perdido un ápice de actualidad.

EL CASO DE VEGADEO

El segundo caso de esta muestra que me parece suficiente para conocer quién fue Paco Arias, ocurrió en agosto de 1964 a propósito de un supuesto festival de la canción de Vegadeo, que, en realidad, no fue más que la comparencia en el escenario de la pista de baile de aquella villa del occidente, de unos cantantes que pasan de un pueblo a otro haciendo bolos veraniegos. Y así lo denunció la información que publicaron Diego Carcedo y José Vélez. Se levantó en armas el alcalde y de la polémica entre festival sí o festival no, en la redacción de La Nueva España se elaboró una información cuyo titular era Vegadeo necesita otro alcalde. Pero en el debate de si era excesivo o no, Luis Alberto Cepeda, redactor-jefe y autor del titular, decidió rebajarle grados situándolo entre interrogaciones: ¿Necesita Vegadeo otro alcalde? Fue como si hubiera hecho explosión un paquete de goma-2, porque el sátrapa provincial no podía tolerar que alguien osara expresar una opinión, aunque fuera de política menor, y a partir de ese momento, el gobernador Civil, Mateu de Ros, echó a andar la maquinaria que acabó con la destitución de Paco Arias. Decisión que le comunicó el director técnico de la empresa, Jesús Vasallo, en una carta inundada de elogios de la más babosa retórica para en la línea 31 comunicarle que El jefe provincial y gobernador civil ha dirigido una amplia carta al delegado nacional en la que plantea la necesidad de reorganizar nuestro periódico y solicita tu salida de la dirección. En aquella polémica que el periódico mantuvo con el alcalde vegadense intervino La Voz de Asturias, sin que tuviera nada que ver en el asunto, porque la nueva empresa de entonces, encabezada por el gallego José Amado de Lema, creyó que azuzando el debate podría rendirle algún beneficio. Un intento fallido.

Para suceder a Paco Arias, esta fue la cara buena del suceso, nombraron a Juan Ramón Pérez Las Clotas, hombre de la casa y su más estrecho colaborador. La despedida de Paco y la toma de posesión de Clotas se celebraron en la Redacción del periódico y fue el acto más desagradable, bochornoso y humillante, en el que Mateu de Ros dijo un montón de impertinencias, entre ellas que no conocía de nada a Clotas, al que habían nombrado director desde Madrid, y que lo recibía a título de inventario. Brillante saludo de bienvenida a quien iba a hacerse cargo del periódico.  Nadie tomó una sola copa ni probó un solo canapé de los que sirvieron en aquel acto que más pareció un duelo que una toma de posesión. Y ante el silencio de los asistentes, el gobernador optó por tomar  la puerta de salida con la celeridad de un apestado.

PACO SOCARRON Y CULTO

Paco Arias de Velasco era hombre culto, tolerante, con genio muy bien colocado y con un sobresaliente instinto periodístico, que se tradujo en el proceso ascendente del periódico, que mantuvo siempre su liderazgo, para lo cual no solamente llevó a la Redacción a periodistas de talla como Juan Ramón Pérez Las Clotas, Luis Alberto Cepeda, Eugenio de Rioja, Manolo Avello, Juan Luis cabal etc., sino que advirtió antes de que se produjera, la necesidad de proceder al relevo generacional de la Redacción, momento en que la suerte, reitero, nos situó a las puertas de la casa. Era muy asturiano y hablaba ese bable de andar por casa que todos manejamos a diario.  Y era ingenioso y socarrón, en ocasiones mordaz, especialmente con quienes, sin títulos ni talento, querían manejar el periódico desde las tertulias más o menos influyentes, desde el Consejo Provincial del Movimiento o cualquier otra instancia que se creyera con capacidad o derecho para hacerlo.

Recuerdo, como prueba de su humor evasivo y socarrón, aquella tarde en que lo llamaron de la agencia Reuter, de la que era corresponsal desde antes de la guerra, para conocer la situación de la jornada en la huelga minera de 1964. Alguien al otro lado le debió preguntar cómo andaban las cosas y el, con el pitillo en la comisura de los labios, con las gafas mal colgadas de la nariz, en tirantes y con aquella voz socarrona llena de retranca aldeana, respondió: Na, nin, unos entren y otros salen. Colgó y marcho diciendo en voz alta: ¡home, coño!.. Al otro lado del teléfono su interlocutor debió pasar la tarde tratando de interpretar aquella enigmática frase lapidaria, que quedó para siempre como estribillo en la redacción. Y era sensible y cariñoso, y como no tuvo hijos volcó sus afectos en sus sobrinos, creo que especialmente en Luis, y en nosotros, que nos llamó desde que entramos en la Redacción los mis neños. Cuando dio sus primeros pasos Asturias Semanal fue colaborador asiduo y sus comentarios ocuparon una de las páginas preferentes de la revista. Recuerdo su gran disgusto cuando desapareció, porque con ella se fue la última oportunidad que tuvo de escribir en un medio de comunicación.

Creo que Paco Arias fue una de las personalidades más relevantes del periodismo asturiano, que hizo del periodismo su vocación y que dedicó al periódico, que había fundado, sus esfuerzos para convertirlo en líder, y que para conseguirlo renunció a la vida social y mantuvo, hasta donde pudo, su independencia. Intentó, y lo consiguió, ganarle espacios a la dictadura para la libertad frente a las estructuras sociales y políticas locales hasta que, dictadura al fin, su actitud durante decenios acabó por costarle la dirección del periódico.

A mi me parece clamorosamente injusto que el fundador de un diario que siguen leyendo mayoritariamente los asturianos –sin Paco nada hubiera sido posible–, y fundador, además, de otros dos semanarios y una emisora de radio, una figura de tal envergadura humana y profesional, viva en el más escandaloso de los silencios. Decenas de nombres, sino vacíos si de méritos muy dudosos, figuran en las placas de algunas calles de la ciudad como homenaje permanente a no se sabe qué hazaña política, profesional o irrelevante, mientras el suyo sigue en el más increíble olvido. Alguien, con urgencia, debería remediar esa grave omisión que nos deja a todos en evidencia. Y vamos a hacer un acto de fe para no desfallecer en la esperanza.

Muchas gracias.

34 Respuestas para “Discurso de Juan de Lillo en el acto de recuerdo a Francisco Arias de Velasco”

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